EL CORRIENTAZO 4

Segundo semestre 2018

José Luis Brea

Cambio de régimen escópico: del inconsciente óptico a la e-image

“Lo que se sabe en lo que se ve”. O quizás podríamos decir “aquello que puede ser conocido en aquello que puede ser visto”. De esta manera describiré lo que voy a llamar “episteme escópica”: la estructura abstracta que determina el campo de lo cognoscible en el territorio de lo visible.

Una primera impresión podría hacer pensar que necesariamente ambos escenarios, o “espacios lógicos” –el de lo visible y el de lo cognoscible- deberían coincidir, y que por lo tanto la cuestión que pretendo plantear está un poco de más. Sin embargo, y a poco que reflexionemos, es obvio que el registro de lo cognoscible sobrepasa con mucho el de lo visible: tenemos noticia y conocimiento bien construido de muchos otros datos que los aportados por la visión, y obviamente hay no sólo mucho conocido al margen de lo originado en el registro de la visión, sino que incluso existe un nada despreciable contenido de conocimiento que tiene en la ceguera, en la “nada que ver” su territorio propio. Lo cognoscible es por lo tanto mucho más amplio que lo meramente visible, esto parece obvio y por tanto tal vez no tenga demasiado interés plantearlo, bajo esa perspectiva.

Planteemos pues la cuestión de manera inversa: ¿podríamos por lo menos afirmar que todo lo que puede ser visto es a la vez “cognoscible” es decir -origina conocimiento? Incluso, más allá: ¿sería posible “ver” aquello que no nos fuese posible “conocer”?, o por decirlo de otra forma: ¿seríamos ciegos a aquello sobre lo que inevitablemente seríamos ignorantes?

En cierta forma, me atrevería a decir que buena parte del arte del siglo XX se ha alimentado de esta hipótesis. Una hipótesis a la que describiría con la fórmula del “inconsciente óptico” benjaminiano (sobre la que, es sabido, también Rosalind Krauss ha reflexionado in extenso).

Una hipótesis cuyo postulado esencial sería que hay algo en lo que vemos que no sabemos que vemos, o algo que conocemos en lo que vemos que no sabemos “suficientemente” que conocemos.

El ejemplo más claro en el que reconoce Benjamin esta presencia extraña (de un conocimiento no conocido inscrito en lo visual, en las imágenes) es el revelado por el ojo mecánico, por la cámara fotográfica. Ella, entiende Benjamin, ve algo que nosotros no podemos ver, en principio, salvo por su mediación. Habría en lo óptico percepciones que se nos escapan (las más interesantes de ellas tienen seguramente que ver con la estructura temporal del acontecer, con el devenir, con el paso del tiempo que se registra en la compleja percepción escópica del “cuasi” instante) y que sin embargo el ojo mecánico de la fotografía o el cine sí perciben: sí, en cierta forma, conocen, aunque tal vez de forma no reflexionante, no capaz de autopensarse –y por lo tanto, y de alguna forma, inconsciente.(…)